en donde se resguardaba febril, cuerpo y alma cansados,
en víspera de su partida al más allá,
compromisos terminados, superada la soledad, en compañía del bien.
La naturaleza estaba en fiesta, el aire bailaba en la campiña
perfumado por la lavanda.
Se abrian margaritas y amapolas pequeñitas
teñían la alfombra verdeante con tonos multicolores
como si estuviesen con amores la tierra fértil y el día con luz...
Fraile Leo, sintiendo al santo agotado, le propuso, conmovido:
- Tengo un amigo, mi Padre, que vive amorosamente.
Es gentil con toda la gente, con la tierra, el cielo, el agua,
llama hermanos a los animales,
sin embargo, posee un bello animalillo,
que, sin reclamación, lo atiende suavemente.
Y al cual él niega protección...
El santo se puso interesado, afinó su audición,
con ternura, aunque fatigado.
- Nunca le pedió nada - prosigió el discípulo fiel - el dulce burrillo.
Sufrió frio, sin protestar; se le abrieron heridas al pobrecito,
sin cansarse de sus largadas caminatas.
- "Ven aquí, mi animal, hasta aquel lugar".
Le imponía, sin compasión.
Y el pobre servicial, seguía adelante alegremente.
Ahora, sin embargo, ya no puede soportar más ni la carga pesada, ni el yugo.
Está preparado para caer, sin fuerzas, sin descanso,
sin atreverse a pedir ayuda o piedad.
- Dígame quien es el insensato - replicó el santo de la pobreza -
quien actuó así con tanta vileza,
con indiferencia y sin compasión con ese amigo dulce,
bondadoso, que nunca le reclamó.
Fraile Leo, respondió serenamente:
- Ese animal gentil y pequeño, es vuestro cuerpo, mi Padre.
Que resignado le sirve y conduce los pasos firmes con rumbo a la Eterna luz...
Pasando la mano por su frágil vestimenta entre lágrimas de arrependimiento,
San Francisco acarició su cuerpo, con voz de quien se lamenta,
comenzó a hablarle:
- ¡Perdóname burrillo, mi falta de cariño, en esta lucha sin cuartel...
Fui muy ingrato contigo.
Desde ahora seré tu amigo...
Ahora, te ayudaré,
No seré más rebelde, te daré más reconocimiento y te pido perdón...
La claridad iba marchando en el beso de la noche plena,
en cuanto Francisco, de alma serena,
al cuerpo enfremo ayuda prometía.
Mas no se la pudo dedicar plenamente,
porque, al otro día, dulce y suavemente, el burrillo moría...
Los hermanos del hermano humilde en un homenaje diferente
cubrían de flores del cuerpo animal que apagara su faro,
mientras que el santo de luz
¡Era recebido por Jesús!...
Libro: "A lo lejos en el jardín"
Divaldo P. Franco por el Espíritu Eros