Tras
finalizar la lectura del libro Ave Cristo
dictado por el espíritu Emmanuel a través de la psicografía de Chico
Xavier, intento inútilmente contener las lagrimas que insisten en caer de mis
ojos. Leer la narración de las
vejaciones, suplicios y muerte de los mártires cristianos y constatar que no
hubo fuego, flechas o ataques de bestias salvajes capaces de hacer con que su
fe temblase, invítame a ciertas reflexiones.
No pudo
asegurar que el llanto vertido no sea fruto de un arrepentimiento, en caso de
haber sido una de las personas que juzgaran a los cristianos primitivos, o
quizás una de las que ha tomado parte en la multitud enferma que aplaudía y
vibraba con esos espectáculos temerarios.
Me gustaría
pensar que esa fuerte emoción en mí despertada se debe al gran ejemplo que
ellos nos dejaron, pues amaban a Jesús, vivificaron sus enseñanzas y tal era su
certeza de que ese era el camino correcto a seguir, que estaban dispuestos a
continuar a seguir el Maestro aunque eso significase la perdida de sus propias
vidas físicas. Eran concientes de los riesgos que suponía ser fieles a esos
principios, pues eran tiempos de persecución brutal a los seguidores del
Cristo.
Cuando arrestados,
sabían que la única remota posibilidad de escapar de las tonturas y de la
muerte era abjurar, pero para la gran mayoría de los seguidores del
cristianismo primitivo, sufrir este martirio no era nada comparado al dolor de
renegar al excelso Rabí.
Los tiempos
han cambiado y en la actualidad ser cristiano no significa afrontar los
horrores de los circos romanos, pero también implica muerte. Muerte del
orgullo, del egoísmo, de la vanidad, de la prepotencia, y de todo lo que nos
aleja de las enseñanzas del Maestro, y en consecuencia de Nuestro Padre. Porque
muchos de nosotros allí nos encontrábamos encarnados en la época de Jesús y no
aprendemos nada con Él. Ni siquiera fuimos capaces de retribuirle de alguna
forma los venturosos momentos que disfrutamos de Sus inefables prédicas llenas
de consuelo, porque en nuestras manos estaba no permitir que le hiciesen tamaña
barbarie.
Incluso la
gran mayoría de los que habían sido curados por Él, hicieron oídos sordos a Su
recomendación de que volviesen a sus vidas pero que cambiasen de conducta para
que no volviesen a enfermar. El Espíritu Amélia Rodrigues nos cuenta en el
libro Las Primicias del Reino psicografiado
por Divaldo Pereira Franco, que el paralítico de Cafarnaum que fue introducido
en la casa de Simón Pedro por el techo tumbado en un lecho y que de allí salió
curado, utilizó sus piernas ahora sanas para llegar a un bar, donde contaba su
encuentro con Jesús embriagándose de vino, música sensual y mujeres que hacían
parte del comercio carnal.
Muchos de
nosotros llevamos siglos, encarnación tras encarnación haciéndonos llamar
cristianos pero que en realidad seguimos lejos de asimilar la propuesta de amor
del Maestro. Fundamos religiones y construimos templos en nombre de Jesús, pero
actuamos según nuestros intereses y bajo la bandera de Su nombre damos
verdaderos ejemplos de intolerancia y
cometemos crímenes contra ese prójimo que Él nos incitara a amar.
Gracias a la
bendición de la reencarnación, aquí hoy nos encontramos un poco mejor que ayer
pero aún sin profundizar las enseñanzas por Él impartidas. El Evangelio es todavía
arma arrojadiza que utilizamos para criticar y juzgar al otro, pero que muy a
menudo no aplicamos a nosotros mismos.
Algunos
espíritas se alzarán y dirán que utilizan esta herramienta como poderosa
terapia y que ya son conscientes de que los mensajes siempre deben ser primero
aplicados a nosotros en primera instancia. Sin lugar a dudas, esto es una señal
de progreso, pero ahora tenemos que preguntarnos se ponemos en practica los
conceptos aprendidos o si son una vez más utilizados para alimentar nuestro
orgullo al creer que sabemos más que el otro.
El
cristianismo posee varias ramas y la verdad es que independientemente de la
religión o doctrina a que pertenecemos, lo que os invito a reflexionar es si
somos realmente dignos de hacernos llamar cristianos. Porque eso implica que
somos seguidores de Jesús Cristo y que por lo tanto, tenemos que seguir Su
ejemplo, tenemos que estudiar Sus enseñanzas y vivirlas. Es obvio que nos
cuesta y que fracasaremos en muchas ocasiones pero tenemos la obligación de
intentarlo con todas nuestras fuerzas. Es un camino arduo, de renuncia y
sacrificio de nosotros mismos. Es esa puerta estrecha a que nos negamos a
entrar. Pero es nuestra única oportunidad de abandonar ese lodazal en que nos
metemos desde hace siglos, cada vez que elegimos entrar por la puerta ancha.
Pongamos ya a
un lado esa excusa de que nunca seremos como Jesús y que decir esto es
blasfemar y asumamos que es solo una
forma de acomodarnos al decir que esa es una meta imposible. Si realmente Lo
aceptamos como nuestro Modelo y Guía, tenemos que abandonar esa postura y
esforzarnos más, puesto que Él nos ha dicho que somos dioses, afirmando que no
importa cuanto tiempo tarde pero que un día seremos perfectos. El día en que
quitarnos las máscaras y mirarnos dentro de nosotros mismos, conociéndonos
realmente aunque eso nos cause gran dolor, estaremos empezando el verdadero
proceso de cambio.
Enseguida, debemos
hacer el esfuerzo máximo de abandonar nuestras malas inclinaciones y aprender a
ser humildes y sencillos como Jesús que vivió sin ostentación, que llevó a cabo
todo lo que predicaba y que nos dejó la formula para vivir indefinidamente
mejor: "Amar a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a sí mismo."
Delante de la
propuesta de amar al prójimo como a nosotros mismos, surge la problemática de
que muchos de nosotros no nos queremos y por lo tanto, querer al otro se
convierte en una tarea que se presenta asaz dificultosa.
Pero, he aquí
Jesús, el gran conocedor del alma humana, ofreciéndonos la formula para empezar
a desarrollar ese amor, a través de la instauración del respeto mutuo: "...como querréis que hagan los hombres
con vosotros, así también haced vosotros con ellos." (Lucas, 6:31).
Así que es
llegada la hora de decidir realmente que camino tomar. Nadie está obligado a
seguir a Jesús, porque aún que Lo reneguemos, allí estará Él amparándonos los
pasos inseguros. Y esos maravillosos seres que ya tomaron Su cruz y que
fielmente le siguen, bajo Su dulce mando, a nuestro lado se encuentran a cada
momento ayudándonos a avanzar.
Y en esta
época de transición, debemos decidir se realmente queremos ser identificados
como verdaderos cristianos, pues se es así, se hace menester que nos pongamos
en marcha y que antes de cada acto pensemos como Él actuaría. Que recordemos a
los cristianos primitivos que se reunían en las catacumbas para estudiar pero
que también se dedicaban a cuidar del prójimo, cubriéndoles en la medida de lo
posible, sus necesidades físicas y emocionales, con la inmensa alegría del
deber cumplido. Sabían que arriesgaban a ser apresados, torturados y
asesinados, pero no les importaba. No que no tuviesen miedo, era solo que
sentían que merecía la pena. Porque nada se compara a la alegría de servir, de
llevar una sonrisa amiga y un gesto de cariño a aquellos que sufren.
Porque así
vivió Jesús, llevando amor y esperanza a los corazones destrozados por la
brutalidad de aquellos tiempos, y que aún que supiera que no sería comprendido
y que acabaríamos utilizando mal su mensaje, siguió firme en su propósito de
mostrarnos el camino de la verdadera felicidad.